Jornada 3

Ya hace mucho tiempo que no escribo en este blog. De hecho, ni siquiera sé si alguien ha leído lo escrito hasta aquí, pero hoy me siento inspirada.

Quiero comentar que la Terapia Regresiva me ha dado un enfoque diferente de lo que es mi vida, como si hubiera existido un antes y un después. Antes de mis estudios en este área mi vida era monótona. Me levantaba cada mañana para ir a trabajar al banco, trabajaba las horas estipuladas y algunas más, volvía a casa cansada, comía a las cinco de la tarde, me echaba un ratito a dormir la siesta (el ratito se convertía en hora y media), me levantaba de la siesta y ya era tarde para todo… veía un ratito las noticias mientras cenaba y alguna serie policíaca después, y a dormir hasta las seis de la mañana del día siguiente. Los fines de semana iba al cine con mis amigas, alguna comida o cena fuera, alguna visita de familiares o amigos que vivían lejos (ventajas de vivir en una ciudad como Málaga), y vuelta a empezar.

Las semanas se hacían meses y los meses se convertían en años.

Pero después de descubrir lo fascinante que es volver a este mundo para vivir una nueva experiencia, aprendí a disfrutar todos los ratitos posibles. En soledad o en compañía, eso es lo de menos, pero cada hora y cada minuto es una experiencia única e irrepetible. Nunca somos la misma persona que éramos ayer, pues somos seres en continua evolución. Y eso significa que cada día tenemos el privilegio de ser un yo diferente.

Después de ver y sentir unas 30 vidas anteriores mías llegué a una serie de conclusiones que quizás puedan servir de ayuda al hipotético lector de este blog:

  • El momento de la muerte es un ratito muy dulce (puede que los momentos previos no lo sean, pero el momento exacto de pasar al otro lado es excepcionalmente intenso y dulce).
  • Cuando llega el momento de partir (y todos sabemos con exactitud que ha llegado ese momento), nos damos cuenta de que no hemos hecho prácticamente nada de lo que esperábamos poder hacer. Y el principal motivo es que nos hemos dejado llevar por lo que los demás esperaban de nosotros, y no le dimos importancia a lo que nosotros esperábamos de nosotros mismos.
  • No estamos solos. Nunca estuvimos solos. Esa frase que dice «nacemos solos y nos morimos solos» no es cierta. Al nacer, como mínimo, está nuestra madre con nosotros, además de toda la Corte Celestial que solo unos pocos pueden «ver» o sentir, y de ahí el nombre de Alumbramiento. Pero al morir, esa misma Corte está también allí para darnos de nuevo la bienvenida y preguntarnos qué tal nos fue la experiencia, aunque a veces nos cueste trabajo de ver.
  • Al dejar el cuerpo atrás nos sentimos especialmente libres, casi como la sensación de quitarte una muda de ropa con la que convives desde hace meses y tomar por fin un baño o ducha caliente, pero multiplicado por cien. Super relajante y liberador. Los problemas desaparecen al igual que los dolores físicos. Desaparecen también los miedos y angustias, y tenemos por fin la certeza de que todo es perfecto, todo está bien.
  • Hay ocasiones en las que decidimos «despedirnos» de nuestros seres queridos y pasamos a «hacerles una visita», y otras veces sentimos que ya está todo dicho y emprendemos directamente el camino hacia el lugar que nos corresponde. Y aquí ocurre un fenómeno curioso: igual que cuando vemos un bebé recién nacido nos sorprende ver con qué facilidad se acostumbra a respirar, cosa que no había hecho nunca antes; cuando dejamos nuestro cuerpo me sorprende la capacidad que tenemos para «volar» o trasladarnos de un lugar a otro a la velocidad del pensamiento. Y es que esa capacidad pertenece a nuestra verdadera esencia, nos pertenece siempre que no tenemos un cuerpo físico (a excepción de las aves), y somos capaces de «volar» hacia el lugar que nos corresponde como si conociéramos desde siempre el «camino a casa».
  • Nuestros seres queridos nos esperan al otro lado. No siempre tenemos la capacidad de «verlos», pero están. No es casualidad que nuestros mayores, según se acerca el momento de partir, comiencen a «verlos» o sentirlos. Eso es algo que sería fácilmente comprobable, medible y cuantificable, pero no interesa. La doctora en psiquiatría Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004) se especializó en Experiencias Cercanas a la Muerte y lo dejó escrito en sus muchos libros. Sí, es cierto: según se acerca el momento de abandonar este plano, comenzamos a tener visiones y a sentir mensajes de nuestros seres queridos que están al otro lado, donde nos esperan.
  • ¿Recordáis esa sensación cuando te subes a una montaña rusa, y antes de llegar a la primera cumbre ya te has arrepentido, pero cuando termina todo el recorrido y respiras alividad@ piensas «¡otra vez, otra vez!»? Pues esa misma sensación es la que nos embarga cuando descubrimos que ya se nos acabó el tiempo pero aún nos quedan muchas experiencias por vivir. Sentimos deseos de empezar de nuevo. Y volvemos. Siempre tenemos la opción de volver y empezar de cero.

Por todos estos motivos y muchos más, vivir es una experiencia fascinante. Y volver sin recordar ninguna de las vidas anteriores es lo mejor para no caer de nuevo en los mismos errores. Nuestra Alma sabe perfectamente dónde no debe volver a caer, y nos habla a través de la intuición. Por eso es tan importante hacerle caso a nuestra intuición. Aunque, ciertamente, tampoco pasa nada si queremos volver a repetir experiencias anteriores, pues sería señal de que nos quedó algo por aprender.

Y ya por hoy lo dejo aquí. Nada ocurre por casualidad y puede ser que este texto le sirva a alguien. Si es así, recíbelo con el mismo Amor con que yo lo he escrito.

Gracias y saludos,

Natividad Castejón

Jornada 2

A la edad de 13 años, y viviendo en Barcelona, comencé a soñar en repetidas ocasiones que yo era un hombre de unos 42 años. Me miraba en un gran espejo de cuerpo entero mientras me abrochaba una capa gruesa con una cadenita dorada. Nuestros ojos se encontraron en el espejo, yo detrás de él, y su mirada me dijo: «Sí. Yo soy tú», y su cara me sonrió con dulzura. No podía ver su nombre o su apellido, pero sí veía claramente «Benalmádena, 1842». Cuando digo «ver» es porque hay datos que realmente se ven o se saben desde el entendimiento.

Quiero explicar aquí que yo, habiendo nacido y estudiado en Barcelona, lo que conocía era mi zona y mi región. De Benalmádena solo sabía que era un pueblo de España, pero no era capaz de ubicarlo en el mapa con exactitud. Y sin embargo en aquel sueño lo veía claramente.

Me colocaba mi capa frente al espejo, sacaba de mi chaleco un reloj de bolsillo dorado, lo abría, miraba la hora (que marcaba las nueve menos cinco), y salía a la calle subiendo un escalón de madera para ponerme al nivel de la acera. Era curioso subir un escalón para salir a la calle, pero me resultaba tan real y tan familiar, que no le di mucha importancia.

Me dirigía con mi capa, mi chistera y mi bastón hasta la cafetería que había en la plaza, me sentaba en la segunda mesa de la derecha, al lado de un ventanal, y un camarero venía enseguida a limpiarme la mesa y me traía el periódico del día. Allí me tomaba un café en una taza pequeña mientras leía las noticias y observaba a la gente pasar por la calle desde el ventanal.

Seguramente habrá quien piense «¡Menuda película se está montando la colega!», es lógico, yo también lo pensé… pero había algo en aquellos sueños que me decía que no eran «sueños». No sé si seré capaz de explicarlo, pero lo intentaré. Es como cuando vuelves a la casa de tu infancia después de muchos años, y reconoces los muebles, los olores, los paisajes… de repente ves un cuadro enmarcado y dices sin lugar a dudas: «¡El abuelo Paco!». Y sabes que es el abuelo Paco. No hace falta que nadie te lo confirme, porque está allí y siempre ha sido el abuelo Paco… Y ves un papel pintado (por ejemplo) y recuerdas las horas que pasaste mirando aquellas flores, y aquellas hojas… y el fallo en la junta que sigue estando donde siempre… Es como si no hubiera pasado el tiempo. Todo sigue en su sitio. Son tus recuerdos. Pues lo mismo.

Yo recordaba perfectamente el olor de aquella capa, el portalón de madera, el tacto del reloj… ¡una pasada!

Debía de ser un tipo importante, porque el camarero hacía todo lo posible por agradarme y por ser lo más servicial posible. Y yo, ni lo miraba, pobre.

Y así una noche tras otra, cada semana soñaba algo nuevo. Sabía que mi casa estaba cerca de la plaza; que tenía dos entradas, la principal, y la de los carruajes, que estaba por detrás; que la plaza tenía una esquina ciega; que había un edificio principal en esa plaza (casa del alcalde, cuartel, ayuntamiento, etc…); que guardaba en una cajita metálica y oxidada, escondida en el patio un anillo de oro igual al que llevaba puesto, pero con la piedra de otro color, y una peina que había sido de mi madre; que mi casa tenía dos grandes ventanales a los lados de la puerta principal, mientras que las ventanas del segundo piso eran mucho más pequeñas, que desde el patio de mi casa se veía parte de la fachada de la iglesia…

Y el tiempo me trajo a Málaga… lo que es la vida… Y doce años después de llegar aquí, una amiga me convenció para ir a buscar mis recuerdos, y fuimos con el miedo de que nada de aquello existiera después de ciento cincuenta años… Pero existía. Todo existía. El vello de mis brazos erizado caminando por aquellas mismas calles, visitando la iglesia, y redescubriendo la que había sido mi casa y la cafetería de la esquina…

Y hasta aquí puedo leer. Otro día contaré el resto de lo que recordaba de esa vida. Besitos para todos.

Natividad Castejón

Jornada 1 ¿Por dónde empiezo?

Supongo que lo primero debería ser cómo llegué hasta aquí.

A fecha de hoy tengo 56 años, y desde que tengo uso de razón he creído siempre en la reencarnación. Cuando tenía 6 ó 7 años ponían un programa en televisión que se llamaba «La Clave», supongo que la gente de mi edad puede recordarlo. Era un programa de debate que a mi padre le encantaba, aunque en aquella época era todo en blanco y negro, y a mí me aburría bastante.

Sin embargo, una noche hablaban del tema de la reencarnación, y me descubrí pensando que no tenían ni idea. Como siempre, había dos bandos, uno a favor y otro en contra, y la discusión había llegado a un punto en que todos gritaban y aquello parecía una jaula de grillos.

Yo le pregunté a mi padre por el motivo de la discusión y me explicó que había un grupo diciendo que el alma era inmortal y que vivía eternamente cambiando de cuerpo una y otra vez, y otro que aseguraba que solo se vive una vez. Y recuerdo haber pensado: «Menuda tontería discutir por eso… Pues claro que el alma es inmortal, y vivimos muchas veces», pero nunca lo dije en voz alta.

Poco tiempo después, como un año o así, pusieron una película titulada «Titanic», también en blanco y negro, pero curiosamente yo la veía en color. Me resultó fascinante ver los témpanos de hielo de un color verde fosforito, cuando en la pantalla se veían blancos. Y aquella angustia, aquella banda de música, y aquel frío, me resultaban totalmente familiares. Evidentemente, llegué a la conclusión de que yo había muerto en el Titanic en una vida anterior.

De hecho, recordaba muchas cosas que no habían salido en la película, como por ejemplo que mucha gente (yo entre ellos), con los chalecos salvavidas puestos, nos echamos al agua poco a poco para ir nadando hacia la zona donde habíamos visto que desaparecían los botes. Cada vez que se lanzaba una bengala, se iluminaba el mar y se veían perfectamente los botes que ya se habían evacuado, con las caras de sus ocupantes totalmente desencajadas por el dolor y la incredulidad. Muchos estaban en shock.

Como decía, yo (hombre, de unos 40 años, gordito) me eché al agua y nadé lo que pude, intentando alejarme cuanto antes del barco, pues era consciente de que cuando finalmente se hundiera, se llevaría hacia abajo todo lo que hubiera alrededor. Aún no se había partido en dos y todas las luces seguían encendidas. Aún se escuchaba la música del quinteto o sexteto. Y yo recordaba con absoluta claridad el pánico que me paralizaba observando las luces encendidas de la mitad del barco hundido bajo mis pies. Era realmente terrorífico. Sabía que debía nadar, pero el pánico y el frío me lo impedían.

Ver aquellas hileras de luces bajo mis pies, que se extendían hacia lo profundo del océano… era una sensación indescriptible. Supongo que morí de hipotermia, como casi todos, escuchando los gritos y los crujidos del barco, en medio de toda esta escena de terror.

Y yo, con 7 u 8 años flipaba viendo la película, aunque mi madre me decía que no era para mí, y yo le respondía: «No, tranquila… Si yo esto ya lo he visto».

Bueno, como presentación, yo creo que ya está bien. Espero que os haya gustado. Muchos besitos a todos los que hayáis llegado hasta aquí, y hasta pronto.

Natividad Castejón