Jornada 13

Pues… yo creía que este año ya no iba a publicar nada más, pero aquí estoy otra vez. Se le coje gustillo a esto de escribir.

Y en esta ocasión os voy a contar una vida que vi en 2 tiempos. La primera parte la vi en 2005, durante una meditación grupal que nos ofreció la primera profesora que tuve de Terapia Regresiva.

La meditación (que yo misma he dirigido también después) trataba de llevarnos a 5 momentos históricamente importantes para comprobar qué podíamos ver en cada uno de ellos. Y el primero de esos momentos era la prehistoria.

EL PEQUEÑO SIMIO

En los 5 ó 6 minutos que teníamos disponibles entre una época y la siguiente, pude ver claramente un paisaje verde y silvestre. Me busqué y me encontré al fondo de una cueva. Era un homínido agorilado, pero venido a menos (más tirando a chimpancé), pequeño y enclenque, que lloriqueaba mientras se lamía las heridas de los brazos.

Australopithecus

Me metí en ese cuerpo para saber qué ocurría, y toda la información me llegó de golpe, como suele ocurrir. Yo era un mono especial, tímido y afeminado. Los otros simios me maltrataban. Sobre todo el cabecilla del grupo: el hijo del jefe y sus secuaces, que solían ser bastante violentos conmigo y con las hembras.

Yo lloraba, no solo por el dolor que me producían las heridas, sino por la ausencia de una mona muy importante: mi madre.

Ella siempre estaba junto al fuego, y yo pegado a ella. Era grandota y oscura. Recordé sus lágrimas cuando nací. Yo era un monito realmente horroroso y diminuto, pero ella me amaba con locura. Sentí profundamente su amor en mi pecho, y su compromiso conmigo mientras vivió. Los otros monos intentaban separarme de ella para «jugar» conmigo, pero cuando lo conseguían, siempre volvía magullado, roto y dolorido. Ella se imponía poniéndose de pie para auyentarlos y los mozos corrian hacia la salida de la cueva gritando. Yo procuraba no separarme de ella.

Pero cuando mi protectora murió (yo tendría unos 15 años), me quedé totalmente solo, y a merced de los 4 matones de la manada. Procuraba quedarme al fondo de la cueva para no llamar la atención, aunque tuviera que orinar allí mismo o quedarme sin comer.

Esto es lo que vi en aquellos 5 minutos, y lo viví con tanta intensidad, que dudé si continuar «viendo» más épocas, porque me sentía totalmente dolida y humillada.

Igual que me ocurriera con «La Triste Viudita» de la Jornada 8, en muchas ocasiones posteriores, cuando en terapia tenía que ir a buscar el origen de algún trauma concreto, mi alma me llevaba de vuelta a esta cueva, mientras lloraba y me lamía las heridas.

Pero hace un par de años (18 después de aquella primera visión), hablando con Ana, una de mis amigas terapeutas, me sugirió hacer una sesión de Terapia Regresiva Reconstructiva. Esto es, volver al pasado y modificarlo de tal manera que tu personaje acabe saliendo victorioso del lance. Porque para la mente es exactamente igual lo que recuerda y lo que imagina. Y se trataba de sacar a la luz esa personalidad fuerte y enérgica que todos tenemos dentro, aunque algunos la mantengamos escondida en lo más profundo del subconsciente.

Así que mi amiga Ana, después de una pequeña relajación, me pregunta:

– ¿Dónde estás?

– Al fondo de la cueva,- respondo de inmediato-. Estoy pegado a la pared lamiéndome la muñeca derecha y sollozando. Me siento muy vulnerable. Herido física y emocionalmente. No quiero estar aquí. Desde que no está mi madre, me maltratan casi a diario. Me duelen el cuerpo y el alma.

– Bueno, pues vas a hacer una cosa. Cuida tú de ese muchacho, y hazlo fuerte. Dile que él no es menos que nadie. Que busque su fuerza dentro de él.

En mi imaginación, lo abrazo con cariño, le curo las heridas, lo miro a los ojos castaños mientras le sonrío con dulzura. Y mentalmente le sujeto la barbilla mientra le digo: «Tú puedes. Eres más inteligente que esos matones. Usa tu inteligencia».

En ese momento, yo mono, me doy cuenta de que mi madre era «La Guardiana del Fuego», el cargo más importante del grupo tras el de jefe. Y yo soy su hijo.
Me pongo de pie, respiro profundamente, y crezco hasta ponerme a la misma altura del matón del pueblo. He pasado de chimpancé a gorila. Mis piernas y brazos se han vuelto musculosos. Mi pelo negruzco y pobre, ahora es castaño oscuro y sedoso. Mis facciones son varoniles y mi mirada fuerte y profunda.

– Doy dos, tres zancadas con mis pies grandes, pasando el peso de mi cuerpo de una pierna a otra con visible esfuerzo. Cojo una rama que ardía en la hoguera de la cueva, y salgo a la luz del día caminando erguido, en señal de poder.

– Muy bien-, me anima Ana-. Pues ahora dile al matón ese, que de ahora en adelante mandas tú.

Intento hablar, pero las palabras no salen. Los malotes me observan con una mezcla de curiosidad y odio, desde unos 10 ó 15 metros de distancia, cerca de una arboleda. Supongo que no me reconocen con mi nueva apariencia.

Rujo. He abierto mi boca y ha salido un rugido potente que me asombra a mí misma. Todos los monos me miran.

– Bueno, decir, decir, no he podido decir mucho, -le explico a Ana-. Pero he soltado un rugido mientras sostenía la antorcha, y con la mano libre me daba golpes en el pecho. Les doy a entender que ahora yo soy «El Guardián del Fuego».

– ¿Y qué hacen ellos?

– Se ponen a dar puñetazos en el suelo y gritan: «¡Uh-uh- uh-uh-uh!». Los secuaces animan al matón a hacerme frente y demostrarme quién manda. Él da unos pasos hacia mí, pero yo no me inmuto, le sostengo la mirada; y vuelve al grupo caminando hacia atrás. Hay mucha tensión. El corazón me va a mil. Toda la manada nos mira. El jefe solo observa desde lejos. Ellos siguen dando botes, negando con la cabeza y dando puñetazos en el suelo.

«Uno grita, y los demás lo siguen. Ahora son cinco. Se les unió un macho jovencillo. Los demás monos solo miran con atención. La «Hembra Bonita» se pone detrás de mí. No tengo claro si eso significa que me da su apoyo, o que elige ponerse bajo mi cuidado. Pero ese gesto los saca de quicio. Ahora ellos también se dan golpes en el pecho y gritan más fuerte su «¡¡UH-UH-UH-UH!!».

«El matón arranca a correr hacia mí ayudándose con los nudillos en el suelo, y a pocos metros da un salto para derribarme con los pies. Pero yo me he apartado hacia un lado, y le acerco la rama ardiendo al cuerpo. El pelo seco prende enseguida y, en una milesima de segundo, huye hacia el río convertido en una bola de fuego, gritando. Sus secuaces lo siguen.

– ¡Ole ahí!- me grita Ana, que hasta hace un momento se reía de mi imposibilidad para «hablar» siendo un mono-. ¿Y qué más?

– Pues nada… (yo sigo atónita y con el corazón acelerado). Parece que hay nuevo sheriff en la ciudad. Las hembras jovenes se acercan y se sientan junto a mí. El resto sigue a lo suyo. Se ha acabado el espectáculo. Es como si todos aceptasen que yo he ganado el duelo.

– ¿Y los matones qué hacen a partir de ahora?

– Pues no lo tengo claro, pero no los vuelvo a ver. Creo que se han ido de la manada.

– Estupendo. ¿Y tú como te sientes?

– Pues en shock, de momento, pero poderosa.

Para mí fue una situación muy violenta, de las que en mi vida actual suelo evitar; pero que en este caso viví en primera persona, y de la que salí victoriosa.

En esta ocasión no vi una vida entera, sino los cuatro momentos más importantes. Y cuando hice la sesión con mi amiga Ana, fuí al momento crítico, modifiqué el resultado, y volví. No averigüé si tras eso tuve muchos hijos, o si morí joven o de viejo. Eso no era importante. Sobre todo, porque ese era un futuro alternativo, y no el real; donde seguramente morí a manos de los matones y sin descendencia. Este último tema parecía realmente importante, pues solo los machos alfa se apareaban.

En los días siguientes me sentía abrumada. Jocosa. Fuerte. Decidida. Importante. Segura de mí misma. Y capaz de asumir las responsabilidades que me presentara la vida.

Nunca más mi alma me volvió a llevar a la cueva. El trauma estaba sanado.

Y así, señoras y señores, es como uno se enfrenta a sus «demonios» utilizando la hipnosis.

Desde aquí mi más sincero agradecimiento a mi amiga y terapeuta Ana, por su valía y coraje, y por acompañarme tantas veces a vivir experiencias increíbles.

Y a mis queridos lectores, gracias y saludos,

Natividad Castejón

Publicado por Natividad Castejón

Nací en Barcelona en 1966, y con 26 años me mudé a Málaga. Aunque la mayor parte de mi vida profesional se ha desarrollado dentro del ámbito bancario, a los 37 años descubrí el mundo de la hipnosis que tanto me había fascinado desde pequeña. Así que en un momento determinado de mi vida, decidí dar el salto. Desde entonces he podido atender y ayudar a cientos de pacientes. También he escrito varios artículos que publico en un periódico digital local, fruto de mis experiencias con las sesiones, o bien de mi propio crecimiento personal. A través de esta página me gustaría llegar a más personas, y mandarles desde aquí un mensaje de esperanza, ya que las soluciones a esos problemas que ahora nos agobian, existen; y en la inmensa mayoría de las ocasiones se trata únicamente de TOMAR DECISIONES, por muy duras que parezcan en un principio. Gracias por estar ahí.

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